A veces me digo que soy libre como el mar, pero el mar está en realidad prisionero en su cuenca. Ya puede estallar en tempestad y rugir lo que quiera con olas rompientes, que prisionero es, de su cuenca no puede escapar.

Me digo que el mar puede escapar, se convierte en espuma y se libera en el cielo, pero sigue prisionero, termina atrapado en la atmósfera en forma de nubes. Ya puede estallar en huracán, y ensordecer lo que quiera con truenos sin fin, que prisionero sigue, de la atmósfera no puede escapar.

Me digo que las nubes pueden escapar, se hacen lluvia y la bebo y se convierten en mí mismo pero siguen prisioneras, atrapadas en mi cuerpo. Ya puedo explotar de ira, y gritar lo que quiera que prisionero estoy, de mi humanidad no puedo escapar.

Pero quizá entendí mal la libertad y la condición de ser humano. No es necesario ser inconmensurable, ni desplegar fuerza, ni hacer ruido, ni escapar. Y quizá si dejase de huir, si pudiera observarme, darme cuenta y perdonarme, si me permitiese ser genuinamente humano, quizá sería más libre que las nubes, el cielo o el mar.

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