Habría terminado de vender los enseres de la que fue su casa muchos meses antes, pero decidió dilatar la tarea el día que la vio bajar del autobús de la línea 27. En su puesto dosificaba cada día algunas herramientas viejas, restos de vajillas, espejos y recuerdos de familia.

Empezaba temprano y recogía ya de noche. Cada día le dedicaba una larga mirada cuando ella llegaba a las nueve menos cuarto, para ir a la frutería de la esquina donde trabajaba, y otra más melancólica cuando cerraba a las ocho y media para coger el mismo autobús de vuelta. Como era un barrio pobre, la tienda abría todos los días de la semana, y, así desde que lo embargaron hacía ya más de tres años, se dejaba llevar a diario con todos sus sentidos por el encanto de aquella mujer.

Nunca se acercó a ella, ni entró a su tienda. Y, sin embargo, cuando vio que sustituían el viejo cartel de madera pintada de la frutería por un luminoso rojo y amarillo que rezaba “Todo a 1, 2 y 5 euros”, sintió que atornillaban una lápida de mármol sobre la tumba de quien había sido el único amor de su vida.

1 comentarios:

  1. Y si ahora nos cuentas el otro cuento que empieza cuando se acerca a la tienda?
    Muy bonito, pero triste, será por eso que es bonito...

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