Al principio invitaron a algún amigo de confianza, para que se hiciera cargo de sus restos cuando acababan. Pero ninguno lo resistió.

Sois unos depravados —le confesó su amiga de toda la vida.

Sin un voyeur su relación parecía tan imposible como si fueran un gato y un ratón. Y todo por el sexo.

Lo hacían como todos, jugando, danzando, hurgando, hundiendo, pero ponían tanta pasión que perdían los huesos al mismo tiempo que la cabeza. Y así, poco a poco, los cuerpos se metamorfoseaban en silicona blanda, temblorosa y húmeda, penetrándose sucesivamente en sus carnes flexibles y mojadas. Parecían dos enormes bocas fusionadas. Lava fundida. El ronroneo mullido de ella y los murmullos crepitantes de él indicaban el camino sin retorno, la señal de entrada en el túnel acuoso, el augurio de quién se derretiría primero.

Desde que no tenían acompañante que les recogiera, quien oía la señal volvía en sí contando ovejitas, recuperando poco a poco su esqueleto, la forma de su cuerpo. Y, después de recoger con un vaso y mucha ternura a su amante licuado, dejaba una nota en el espejo del baño que decía “Cariño, mañana me toca a mí”.

2 comentarios:

  1. ...Genial esa forma el la que se lcuan los cuerpos. Sorprendente el relato y preciosa la palabra.

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  2. Exquisita narración.

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