
Los recuerdos se agolpan en su mente, llegan con tinte de sensaciones agridulces. Recuerda… esas frías mañanas de invierno montada en su bici, con los dedos congelados y la cara como el hielo camino del trabajo, los días de mercado que regresaba cargada con la compra, sabiendo que la recibirían contentos sus hijos; les llevaba fruta, a cada uno la que le gustaba.
Sus largos paseos por la huerta disfrutando del paisaje, del olor a azahar y a tierra mojada, que despertaba sus sentidos. Su bici le proporcionaba autonomía y le hacía sentirse libre, era la que le permitía conducir sus pasos.
Ahora solo le queda mirarla y aceptar su ancianidad, e imaginarse otra forma de vivir sus días... sin su bici.
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