Úrsula mira su bicicleta con los ojos húmedos de lágrimas y el corazón encogido de dolor; ya no puede volver a montar en su bici, se lo han prohibido y le han puesto un candado que no puede abrir. Mira con el dolor forzado de la renuncia a un objeto inanimado que para ella tiene vida: es la que le ha acompañado a lo largo de sus días, y ahora sólo puede mirarla.Los recuerdos se agolpan en su mente, llegan con tinte de sensaciones agridulces. Recuerda… esas frías mañanas de invierno montada en su bici, con los dedos congelados y la cara como el hielo camino del trabajo, los días de mercado que regresaba cargada con la compra, sabiendo que la recibirían contentos sus hijos; les llevaba fruta, a cada uno la que le gustaba.
Sus largos paseos por la huerta disfrutando del paisaje, del olor a azahar y a tierra mojada, que despertaba sus sentidos. Su bici le proporcionaba autonomía y le hacía sentirse libre, era la que le permitía conducir sus pasos.
Ahora solo le queda mirarla y aceptar su ancianidad, e imaginarse otra forma de vivir sus días... sin su bici.


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