Una valiosa lección

Martín tenía muchas ganas de que llegara el domingo, era su primer partido con los grandes, como él decía. Había estado entrenando duro para ello, ya tenía su nueva equipación reservada para el gran momento. Todo el día estaba con la pelota, dando toques, pases imposibles con la pared, regateando a nuestra perra, queriendo que me pusiera de portera para meterme goles...

Estaba muy ilusionado y nos trasmitía esa emoción a toda la familia, todos estábamos deseando que llegara el domingo y ver el partido.

Por fin, llegó el domingo. A las 07:00 h de la mañana Martín ya estaba en pie, inquieto, nervioso, preparándose la mochila con todo bien ordenado para que no le faltara nada, más responsable que nunca. Pero con cara preocupada. Desayunando, nos desveló su preocupación:

-“¿Y si no soy lo bastante bueno? ¿Y si perdemos por mi culpa?

Claro está que tras decirnos esto lo colmamos de ánimos y de lo importante que es el juego en equipo, pero él no quedó convencido totalmente.

Casi terminando la segunda parte del partido salió al campo; había estado todo el partido en el banquillo, animando como el que más y, aunque su equipo iba perdiendo, él no perdía la energía ni las fuerzas. Cuando le tocó salir, dejó a un lado los nervios y salió como uno de los grandes de verdad, se colocó en el lateral izquierdo y comenzó su partido.

Todos los que fuimos a verlo rompimos en euforia cuando Martín marcó un gol, el equipo seguía perdiendo y la diferencia de goles era mucha como para ganar en el tiempo que quedaba, pero nuestros chicos no dejaron de intentarlo.

Al final del partido perdido ninguno mostró frustración ni decepción, habían sido bien entrenados y educados. Fueron hacia los vestuarios comentando momentos estelares de su equipo, no recordaron las patadas del otro, ni los empujones, ni siquiera las faltas que no les pitaron.

Todos los espectadores, vimos como se dirigían a los vestuarios tan contentos y felices, y sin querer aprendimos una valiosa lección: quejarse no lleva a ninguna parte, solo te pone furioso, te frustra, no solucionas nada con ello, pero rememorar los buenos pases y goles que damos en la vida sin recordar los tropiezos, empujones o injusticias, te hace mantener la ilusión, esperanzados a ganar el próximo partido.

Un día cualquiera en cualquier aula de cualquier Instituto 

-¿Profesora, vendrás a verme el sábado? Tengo un partido aquí, en Balsicas ¿vendrás? 

Juan tiene quince años aunque aparenta menos. Es menudo y delgado, aspecto frágil y delicado; sin embargo, su mirada es desafiante. En su mirada se ve la fuerza que emerge, quizás, de contener esa tristeza que sé que tiene y no cuenta.

Ayer me contaron que lo han visto dormir en la calle. Varias noches.

El fútbol es su gran pasión, en ella encuentra un lugar entre los compañeros, y allí encuentra también a alguien que le ayuda, que le hace de padre, quien le recoge de las calles cuando su madre ha desaparecido, su entrenador.

Le miro y sonrío. Me pregunto qué es lo adecuado o no. Qué sería lo bueno o no. Y no lo sé.

Lo que sí sé es el profundo afecto que siento por este chico abandonado. Siempre hay días en cualquier aula de cualquier instituto donde hay un Juan abandonado. -

- Allí estaré - dije.

Esta vez sí que iré a verte, Juan.

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