Ahora me sabes a otoño, como aquel parque en el que nos conocimos. Incluso tus pasos resuenan en mi cabeza con el crepitar triste de sus hojas caídas. Hoy me dices que te vas, que te llevas lo que quedaba de risas en la nevera, pero que no lo haces a mala fe.

Te has dado cuenta de que el tiempo corre y tienes que ir tras él para que no se te escape. En casa, en cambio, el reloj marca las horas con un ritmo tan lento que pesa.

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