El hombre de pelo color ceniza giró la cabeza hacia la izquierda y vio la imagen de un niño sin camiseta que era él, años atrás. También parecía pescar. Cuando, alguna vez, el agua dibujaba círculos concéntricos, tiraba con fuerza del sedal con la esperanza de encontrarse con Moby Dick, convertirse en el capitán Ahab, tener un barco lleno de marineros, fumar en pipa y dar caza, por fin, al demonio blanco.

El hombre miró el corcho de su caña flotando en el agua calma que le reflejó un cortometraje en imágenes de color azul. Se volvió de nuevo hacia el niño. Aún estaba allí, asegurando un trozo de sardina en el anzuelo para volver a intentarlo. El hombre contempló la superficie del mar y cayó en la cuenta de que, hasta ahora, de una u otra forma, sus sueños se habían hecho realidad. Todos, excepto dar caza a la ballena blanca. Entonces no sabía que las ballenas no comen sardinas.

Cuando ya se iba, sintió una ligera presión en el sedal y vio círculos en el agua alejándose del corcho. Tiró con fuerza. Un pez, entre mediano y grande, había mordido el anzuelo. Era de colores vistosos. Lo devolvió al mar, recogió sus cosas y tomó el camino de regreso. Al poco tiempo paró al lado de un bar, bajó del coche y regaló la caña y los aperos de pesca a un niño que salía del colegio.

En el fondo nunca le había gustado pescar. Lo hacía porque le ruborizaba que lo vieran sentado en el embarcadero mirando al mar sin hacer nada. A él lo que le gustaba era soñar y pensó, que para seguir soñando, mejor se iba con aquellos amigos suyos medio locos que pintaban poesía en las paredes de la ciudad.

Para Acción Poética Murcia por haber nacido 
y para Acción Poética Tucumán por la ayuda en el parto.

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