Renunció a su deseo. Una vez más lo escondió en el lugar del olvido inalcanzable por la consciencia, allí donde los deseos se desarticulan de la palabra y cogen peso, un peso que se transforma en síntoma.

Su cuerpo comenzó a significar, como si fuese un oráculo corporal chillando en su lenguaje para hacerle ver que sin su deseo moriría. Y no quería escuchar.

El peso derrumbó por completo a la persona, que quedó por momentos hierática. El corazón palpitaba con fuerza tratando de generar la energía suficiente para que se incorporara y siguiera el rastro hacia el objeto deseado. Sin embargo, el lugar del olvido pesaba ya demasiado.

Cuando le encontraron hallaron una persona mutada en palabras vacías ya de significado. De su cuerpo inerte brotaron deseos inconfesables transformados en huellas palpables, observables a simple vista.

 Cubierta por completo de deseos grabados en su piel que no quisieron ser escuchados.

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