Abrió el cajón de su mesilla, cogió la copia de la denuncia, la rompió en trozos diminutos y las tiró al aire como si fueran confetis. Después habló por teléfono unos minutos, y dejó una nota bajo el pisapapeles de metacrilato. Escrita a pluma, con caligrafía elegante, parecía un manuscrito antiguo enmarcado en la vitrina de un museo. El borde del papel quedo manchado por dos lágrimas enrojecidas. Al salir de casa no pudo evitar ver el reflejo de su cara en el espejo y la tapó con las manos.

Cerró la puerta y al cruzar la calle tiró el teléfono y las llaves a un desagüe junto a la acera.

El viento fresco de marzo limpió el polvo recalcitrante de su mente y, por primera vez en muchos días, sintió una nítida sensación de hambre. Corrió. Al fondo de la calle ya veía la antigua estación del tren. En la ventanilla de largo recorrido compró un billete.

Entró en la cafetería de la estación, se sentó en una mesa y pidió huevos fritos con salchichas, tostadas con mantequilla, zumo de naranja y un café doble.

1 comentarios:

  1. Recuerda que lo placentero no son los huevos, las salchichas, las tostadas, si no lo bien que tu sepas disfrutar con lo que te rodea. Hoy es tu comienzo.

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