Me gusta Dani. Y me gusta volar. No porque sea una flipada, es que así es como mejor me siento, cuando el aire rodea todo mi cuerpo, y puedo moverme sin más obstáculo que el viento. Claro, sólo hago vuelos cortitos y en noches sin luna. ¿Os imagináis si me vieran? Me meterían en una urna y me llevarían a un sitio secreto para estudiarme hasta que concluyeran que soy extraterrestre. Además a mis padres les daría algo. Ya piensan que soy rara.

Yo también creo que soy rara, aunque volar es fácil: aprietas un poco las mandíbulas, piensas en las estrellas y mueves los brazos hasta que te separas del suelo. Con dos o tres movimientos es suficiente. Luego planeas. Es muy placentero. Mi vuelo no es como el de los patos que parece que se van a ir al suelo si dejan de mover las alas. Yo vuelo como las águilas, con los brazos en cruz, sin moverlos casi.

Nunca había contado esto a nadie, pero el otro día me lancé y se lo solté a Dani.

- ¿Sabes? Yo puedo volar, le dije

- Lo sé. Yo también. Te sigo por las noches desde hace meses, me contestó

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