Ella no lo sabía. Siempre envuelta en un manto de sombras, balanceándose en un constante marchitar.

Un día la tomé del brazo, y la arrastré colina arriba antes del amanecer. Temblaba asustada, como si creyera que le esperaba la muerte en el próximo cruce de senderos. Apretaba los puños y cerraba con fuerza los ojos, tanto, que me pareció ver cómo se derramaban un par de pestañas.

Supimos alcanzar la cima en el momento en que el sol comenzó a abrazar el horizonte. Solté su brazo y, como un resorte, se abrieron de pronto sus ojos. Entonces lloró. Entonces lo supo. Le habían mentido: la luz no duele.

2 comentarios:

  1. Genial... Gracias. La luz no duele, la luz no duele... podría ser un mantra..

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  2. Excelente idea Estefi. Me gusta mucho el desarrollo. Felicitaciones. Leo

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