Marengo, no por gris sino por ser de mar y para él. Lo aprendí recién en una costa del sur de España.

Si, Ricardo era marengo y por ende marinero, pescador. Se iba a la mar de madrugada temprana para embarcarse y pescar. Luego volvía, ya con el sol alto, al saladero que les hacía de casa. Y muchas veces llegaba, pez vivo y grande en mano, lo soltaba en mitad de la estancia mientras besaba a su mujer y sus seis hijos gritaban de emoción, al ver como se movía zigzageando en el suelo. Así muchos días, muchos años.

Me lo contó una de sus hijas. Cuando ella me dijo: Yo soy marenga, y me miró con ojos de carbón tierra y plata marina, lo supe. Era marenga y por tanto líquida, evaporable, inasible también.

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