Por la ventana entraba el último rayo de luz; era el último del día y de su vida. Sus paredes húmedas, agrietadas y ya sin el maquillaje que ocultaba su vejez, se quejaban con un crujido escalofriante.

"Vacía", pensaba, "Me he quedado vacía".

Añorando esos días en los que sus sillas y sillones estaban ocupados, los días en que no existía el silencio. Ese silencio que ahora era sepulcral, silencio que asusta, silencio que deja escuchar sus lamentos. Lamentos que no volverán, pues la casa vieja se despide, no con un hasta luego, sino con un adiós.

Otra casa crecerá, pero no será igual, nunca más será lo mismo. Se va, dando paso a "lo moderno".

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