Sentada sobre la húmeda arena, cerró los ojos.
El suave susurro de las olas, masajeaba su mente.
Dejó que sus pies desnudos fueran acariciados por la fría espuma blanca.
Su dolor, inmenso como aquel océano que la acompañaba, pareció perder fuerza durante unos instantes.
Una suave brisa deslizó dos gotas de mar por su cara.
Secó su rostro, y al levantarse, se sintió más ligera.
Después continuó su camino, mientras la playa borraba sus huellas.

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