De niña me encantaban las películas del Oeste americano. No había duda, la música te anunciaba si el vaquero que salía era el bueno o el malo, todos llevaban pistolas y solían morir los malos. Era la rudeza de un mundo indómito y a la vez previsible.

Ahora que todo está domesticado no existen certezas, sólo incertidumbre, y los malos no llevan pistolas, llevan maletines.

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