Manos, manos, manos…
trabajadas, fuertes, delicadas,
de hombres y mujeres que, sin rostro,
hacen y crean.

Manos trabajadoras que viven, sufren y callan,
que sufren y gritan,
que gritan y luchan empuñadas
por el amor, por la justicia
y caen lacias, derrotadas.

Manos que escriben, manos que cantan
hasta la muerte, desangradas,
como las del cantor que decía tráiganme todas las manos
y por eso lo mataron, por eso murió, con las suyas machacadas
por manos sádicas, vendidas y mercenarias,
en un estadio de fútbol de Chile abarrotado
de manos sometidas y asustadas.

Manos, manos, manos…
oigamos la llamada de las que el camino señalan
y que calladas, nos hablan.
Manos de color oscuro, claro,
limpias, sucias, sudadas, ensangrentadas,
esas que a veces acarician, de madrugada…

Vamos, vamos, vamos…
unidas, entrelazadas,
y abramos de par en par esa muralla,
¡rápido! ¡rápido!,
antes de acabar yertas y cansadas,
sobre el pecho cruzadas.

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