Se encontraron por primera vez en el embarcadero de un pequeño puerto, junto a un humilde astillero donde unos artesanos se conjuraban para sacar a flote veleros rotos.

El primer día cruzaron una mirada furtiva y desconfiada y se dedicaron un pensamiento simétrico y mutuo: quizá su barco esté ya arreglado, o puede que nunca sufriera daños. Pero poco a poco empezaron a hablar de sus naves y de los viajes, de días de calma chicha y también de velas rotas por tormentas.

Ocurrió hace apenas un par de años, décadas después de que sus tardes dejaran de oler a tierra mojada y bizcocho de chocolate.

De otra forma no hubiera sucedido.


Dedicado a todos los que tuvieron que parar en un puerto a reparar el barco...

3 comentarios: