Tenía yo no más de 4 años cuando yendo con mi padre de la mano por la Gran Vía, de paseo, me llamó la atención un hombre negro sentado en la acera. Vestía con ropas extrañas, llevaba falda y tocaba una música a través de un extraño objeto mientras le rodeaba al cuello un animal grande y raro. Me quedé atónito mirando cuando de repente mi padre me instó:
- No lo mires fijamente o te hipnotizará.
No sabía qué significaba “te hipnotizará”, pero por el tono y la violencia con que me arrastró tenía que ser algo muy malo. Y lo peor…, yo ya lo había mirado fijamente.
Mi padre ya no quiso darme más explicaciones y por la noche, al meterme en la cama y dormir, el extraño hombre con su música salió a mi encuentro. Soñé que me convertía en ese animal y que empezaba a rodear los cuellos de las personas, tal y como lo hacía en la imagen que tenía grabada de esa tarde. Nadie se daba cuenta de mi cambio de apariencia, pero yo por dentro me sentía hipnotizado y convertido en ese bicho y no hacía sino arrastrarme por los cuellos de mis padres.
A la mañana siguiente y despertarme, tenía la sensación de que el efecto seguía. Y recordé las palabras de mi madre cuando me decía “Jose eres un bicho”- ¡Ajáh!- ¡mi madre se refería a eso! Y gracias a la hipnosis ¡había podido descubrir quién era yo! Quise ocultarles mi verdadera naturaleza, no fuera que dejaran de quererme o que me abandonaran, así que disimulé durante bastante tiempo.
Ya en la adolescencia comenzaron a indagar en mis extrañas costumbres, porque ya no sólo me encaramaba a sus cuellos sino que lo hacía en la escuela, con los compañeros, con los profesores... y decidieron llevarme a un psicólogo. La psicóloga me remitió a un psiquiatra porque veía difícil mi tratamiento, y éste me recetó pastillas.
Desde entonces, sigo siendo un bicho, pero ya no me paseo por los cuellos. Ahora simplemente me enrosco para dormir.
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