A veces el mundo es una tumba.
Me doy cuenta mirando alrededor, cuando tras una respiración honda siento que a mi cuerpo le faltaba el aire y mi mente no lo registraba...
A veces el mundo es una tumba polvorienta. Gris. Con una losa de mármol que se apoya sobre mi esternón y cuelga a través de la garganta, desde la nuca, donde las dos manos invisibles que la sujetan se agarran tenaces.
A veces me deshabito. Hasta que una bocanada de vida repentina, llamada por mis arterias deseosas de ella, me dibuja; me des-difumina; me hace nítido a mí mismo.
Y me recuerda que lato, que existo, que elijo, que soy... Que pase lo que pase, soy yo quien respira. Y quien vive.
Y tú, adulto de ahí arriba, el del brazo que me sujeta ahora, cubierto de tejido impermeable, harías bien en escuchar esto que te digo con mi voz infantil, de peluche naranja, desde el niño que en ti te reclama.
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