Sobre ellos se lleva algo por un día como una camiseta o por muchos años como un tatuaje. Sobre ellos un tal Atlas llevó el peso de todo el Universo, llevó Caín la muerte de su hermano y el profeta de turno los pecados de todos los hombres, aunque nadie se lo pidiera.
Sobre ellos lleva un país el gobernante honrado (pues el que no lo es lo lleva en sus bolsillos), y sobre ellos lleva el filosofo iluminado su sistema utópico que al hacerse real se torna en infierno, y también el líder, para su gloria, lleva sobre ellos el destino de su gente, para su desgracia.
Sobre ellos eleva un padre a su hijo pequeño para que pueda ver más allá y no se pierda el mundo porque otros desconsiderados más altos se lo tapen.
Se lleva sobre ellos la distancia de a quienes se ama, la cercanía de a quienes se desprecia y la indiferencia de a quienes se busca su mirada pero no se encuentra. Se porta sobre ellos, y con dolor indescriptible, el ataúd del padre, o de la madre, o de un hermano o de un amigo, y deja una marca imborrable.
Sobre ellos se lleva el dolor causado y por el que no pedimos perdón, se lleva el pesar de lo que no hicimos por cobardía, o de lo que malhicimos por orgullo, y silenciosamente también se llevan sobre ellos los secretos que no debieran serlo y que apestan.
Y por todo esto (y mucho más) que llevan, y por el poco caso que se les hace, y por ser los únicos apenas al alcance de nuestras propias manos son los más agradecidos a las caricias y a los masajes de unas manos cariñosas, de las que siempre están hambrientos. ¿No es una lástima escatimar tan barato alivio y placer para quienes tenemos cerca? ¿No te apetece masajear hombros?
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