Durante el día algo flotaba en el ambiente que se sentía diferente. Por la noche, la luna descifró los códigos grabados en las rocas que el mar custodiaba. Me llevó donde las sombras se aferran con la unión al cuerpo. Se sentó y dijo:
“Cada uno tiene sus recuerdos y no vienen de los demás. Nosotros somos los otros pero igualmente perdemos los pasos en un mundo que cae en espiral”.
Le pregunté cuál era el alimento de su melodía pero fue tarde para empezar el diálogo circular. Las huellas eran devoradas, una a una, por el último esfuerzo del agua en dejar de ser parte del mar. Luego… el silencio y yo, otra vez solos los dos.
Cuando el faro recorrió nuevamente en el lugar ya no quedaban signos de su presencia.
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