Erase una vez un piano de cola brillante, luminoso, agradable al mirarlo, bien arraigado al suelo, robusto… Y además de todas esas características, tenía una que era aún mas especial: tenía tal sensibilidad, que ante cualquier persona que se sentara y pusiera las manos en sus teclas (aunque no supiera tocar) inmediatamente comenzaba una melodía que reflejaba el estado de ánimo de la persona en cuestión…

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