Oí gritos dentro de la casa.

—¿Qué pasa? —pregunté

—Se ha marchado, está muerto o malherido. Ve a buscarle...—respondió ella

Corrí...

Lo encontré al poco en lo alto de la duna, inmóvil, mirando al sol. Lo llamé pero no se volvió. Al tocarlo su cuerpo se transformó en arena. Bajé sus ropas viejas hasta la puerta de su casa.

Ella esperaba en la puerta cruzada de brazos.

—Tú lo has matado —dijo mirándome a los ojos.

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