Son sólo las diez de la noche, pero ya estoy acostado en mi cama de colchón de lana y muelles de alambre. La ventana es estrecha, pero entra un torrente de luz blanca de las estrellas que se refleja en una salamanquesa gorda y transparente que está en el techo, justo encima de mí. Es alucinante cómo caza mosquitos, moscas y mariposas. Cuando a veces se da la vuelta se le ve la panza hinchada y manchas negras y redondas de los insectos moviéndose en el estómago. Hoy lleva quince: siete mosquitos normales, dos mosquitos gigantes, tres mariposas de la luz (mi prima María que tiene cuatro años las llama así, yo que tengo doce también), dos grillos pequeños y una araña de patas largas. La primera noche fueron treinta y seis. La verdad es que creo que todas las noches come más o menos lo mismo, pero aquella noche no podía dormir, me hundía en el colchón y pensaba que me iba a tragar.

Me llamo Cristóbal, pero mi prima me llama “Cri” o “Primo Cri” y me llama todo el rato y a todas horas. Y cuando ella duerme, están los grillos: “cri-cri-cri”. Así no la echo de menos. Ella es muy movida, como yo, por eso sólo se lleva bien conmigo. Yo me encargo de dormirla en la siesta y su madre me da dos euros si lo consigo pronto. El dinero lo guardo porque aquí no hay tiendas, ni nada donde gastar.

Al atardecer viene mi tío Juan para ir a pescar. Nos quedamos a dormir en una cabaña ruinosa que tiene en medio del rio. Está todo roto, muy sucio, huele a humedad y hay muchos mosquitos, pero a mi me gusta porque no hay que limpiar, ni ordenar nada.Nunca pensé que yo pudiera pescar una trucha, pero anoche picó una bien gorda, por lo menos de medio kilo. Me dio asco tocarla y olerla.

Yo lo huelo todo. Es una manía. Huelo la comida, el jabón, los cuadernos, a mi madre, los lápices de colores y las gomas de borrar. Mi tío cogió otra algo más pequeña, o eso me pareció. Las remató contra una piedra lisa, las abrió en canal para sacarles las tripas y las lavó en la orilla del río.

-¿Qué si no?- contestó sin mover la boca, haciendo fluir las palabras a través de su enorme sonrisa.

-Yo nunca como pescado- repliqué, intentando parecer que suplicaba, pero sin exagerar.

-Este te gustará. Ya lo verás- aseguró.

Sacó de su mochila un paquete de papel de estraza con dos lonchas gruesas de jamón. Metió una en cada trucha en el sitio donde antes habían estado las tripas, y las puso sobre las brasas del fuego que había encendido en la orilla. No sé si fue por el jamón, por el olor del humo o por las estrellas que empezaban a motear el cielo, pero el caso es que me pareció la mejor cena del mundo. Mi tío Juan me tendió una especie de cantimplora de cuero y me dijo “echa un trago, que ya tienes edad, pero no muy largo, y ni se te ocurra contarlo en tu casa”. No puedo decir que el vino me gustara, me quemo la garganta y me salieron muchas lágrimas seguidas.

Me tendí en la orilla y me quedé mirando al cielo. Pensaba en mi padre, cuando me dijo que tendría que pasar el verano en el campo con mi tío y mi prima por haber suspendido el inglés, las matemáticas, la lengua y dos o tres más. A veces los padres tienen ideas raras. Tendré que ver como lo hago para volver el año que viene. Suspender aposta me parece un poco fuerte. O eso, o como premio me tendré que ir con mis tías a la playa.

0 comentarios:

Publicar un comentario