Nacieron y crecieron como una repetición, con apenas dos diferencias: Marta nació cinco minutos antes que María, y conoció al hombre de sus vidas un día después que su hermana. Como les gustaba vivir deprisa y saborear el sabor letal de las pasiones, decidieron repartírselo a partes iguales.
El nunca notó nada y saboreó su felicidad duplicada hasta que, unos años más tarde, Marta le pidió el divorcio y salió al encuentro de su hermana, el mismo día que María la llamó para decirle que acababa de conocer al hombre de sus sueños en un bar de Buenos Aires.
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