Luciano Viviente había sido minero, obrero industrial, pescador, maestro de escuela, ordenanza y, tras su jubilación, también atracador de bancos. No por codicia, ni tampoco por necesidad, sino para recuperar hasta el último euro que el gobierno timorato le había sisado en las sucesivas reformas de la ley de pensiones.

Aconsejado por su médico, dejó los atracos cuando tras los muros blindados de las cajas fuertes empezaron a guardarse secretos inconfesables en lugar de dinero. Para no castigar a su corazón, cambió los bancos por la biblioteca, y alternaba la lectura con la evocación novelada de sus propios recuerdos sentado en cualquier rincón del barrio.

“Escribirse es amarse” leyó un día en uno de sus libros. Y la punzada del deseo le llegó bien hondo, pero él sentía pudor de que le vieran escribir, y aprovechó un libro defectuoso escrito en ruso y con páginas en blanco, que le había regalado la bibliotecaria, como un improvisado soporte, una maravillosa puerta de entrada para contarse, para “escribirse” —algo exageradas— las increíbles historias que habían dado color a su vida.

1 comentarios:

  1. ME PARECE ENTRAÑABLE . ATEMPORAL TOTALMENTE LA HISTORIA. ...SIGUE VIVA EN MUCHOS Y REAL COMO EL DÍA A DÍA.

    ResponderEliminar