No era la primera vez que iban. Siempre se sentaban juntos, en ellas. En las escaleras.
Tan deseadas. Se esperaban. Se despedían. Y siempre encontraban algo en ese descansillo.
A veces tenían que correr, escaleras abajo, riendo... A veces, para llegar a ellas, lo arriesgaban todo. A veces soltaban mariposas bajo la puerta (que nadie ve). A veces sólo era un pretexto para contemplar la luna caprichosa, alargando lo inevitable, el dolor de separarse una vez más, y más de mil. A veces sólo para, al sentarse, robarle a esos peldaños el charquito de luz dibujado y que dejara el frío suelo para darles su calor.
Les daba igual que esas escaleras fueran o no a alguna parte. Les gustaba pensar que quizás esas escaleras iban a ellos.
Escaleras para no irse. Solo para llegar y estar. Al calor de su luz y de sus manos.
Escaleras para vivir.
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