Un verano amarillo ardiente de calor en la Manchuela Conquense donde salgo de la umbría de la casa a la calle inundada de blanco y cielo.
Veo el camión y un hombre de mediana edad con mono azul que abre el portón. Yo niña, le entrego tres botellas vacías. Ruido de cristal chocando en las cajas de madera. Intercambio. Me devuelve sonriendo tres llenas.
Y entro otra vez en la casa, de la luz a la penumbra fresca. Allí, me espera mi abuelo para recogerlas. Después, oigo cómo el camión arranca y se mueve calle abajo.
Placidez.
Me ha hecho recordar el camión del vinatero de Pueblo Nuevo. Cuando sacaba la manguera del tonel que llevaba en la furgoneta y despues de darle dos chupetones para ascender el vino por ella, nos llenaba la garrafa del mejor vino de la tierra.
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