Estaba en un hotel dentro del cementerio. Subía con mis padres en el ascensor. Mi padre miraba los números del tablero y negaba, contrariado. De impermeable y anteojos negros, mi madre asentía.
El ascensor paraba, mi padre abría la puerta y la cruzaba sin mirar atrás. Mi madre daba un paso para seguirlo pero se daba vuelta al ver que me quedaba en mi lugar. Me agarraba del brazo para obligarme a bajar. Era una mujer frágil pero su cara se tensaba en una mueca que nunca le había visto, ni siquiera en la agonía. Mi padre la miró con desagrado y ella me soltó.
Los vi alejarse por el pasillo hacia la penumbra, atraídos por el imán de la desgracia. Había otra gente conocida en ese hotel, por esas calles de piedra húmeda con nombres y palomas como halcones.
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