¡Qué pequeño se veía todo! Las escaleras eran cubos asfixiantes, los patios claustrofóbicos, los techos enanos... todo se había reducido!
Mi recuerdo recreaba espacios inmensos: las escaleras como toboganes infinitos flanqueados por aquellos pasamanos que, como lianas de Tarzán, me permitían descender casi en vilo los escalones y sus baldosas grises y amarillas. Los patios eran interminables salones medievales, testigos de épicas batallas y combates contra monstruos llorosos que escapaban ensangrentados para acusarme con sus madres. Los estacionamientos, como estadios de futbol, vieron goles fantásticos que ganaron más de una copa del mundo...
Salí de aquel edificio azul un poco triste, pase entre sus muros mis primeros años y después de más de treinta regresé, con la curiosidad emanada de una infancia feliz de juegos y fantasía. Todo se veía más pequeño ahora, más opaco, más duro. Sin embargo, después de unos pasos, comprendí que el edificio era el mismo: sus escaleras, patios, techos todo estaba igual...
Afuera, pude ver otro edificio, este si reducido dramáticamente. Empequeñecido y lleno de moho. El tiempo habían arruinado gran parte del esplendor de sus primeros años... ese edificio vivía en mi interior, solía ser la casa de una portentosa imaginación infantil... tan raquítica ahora y tan adulta...
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