Procuraba caminar todos los días, para recuperar su pierna. Se lo había recomendado su doctora.

Su tristeza y su perrilla eran sus fieles acompañantes. Él siempre renqueante, y ella, ingenuamente feliz, saltaba a su alrededor. Todas las mañanas.

Siempre el mismo rodeo al llegar al parque. Observaba de lejos cómo ni los barrenderos barrían esa zona. Ni los pájaros se posaban en el seto que la protegía. De lejos. También vio, de lejos, como el tiempo le daba la razón, y hasta partía en dos, no sólo su corazón.

No había podido volver allí, no tras aquel frenazo en la niebla que todavía retumbaba en su cabeza. Y latía en su quebrada anatomía.

1 comentarios:

  1. Expresar la dureza con la delicadeza del tacto de la seda, es el arte del que maneja la pluma con las alas de un ángel. Gracias.

    e.s.

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