Camino al trabajo tomé la vereda de siempre, con los escalones desportillados de siempre y los adoquines descompuestos de todos los dias. El sol no se animaba a salir y un nublado perfecto cubría el cielo.
La nostalgia a que empuja la luz macilenta y pajiza del firmamento encapotado me hizo sentir bien. Debe ser mi pasado como bestia de los bosques el que me impele a sentir preferencia por los climas nublados y fríos.
La banqueta continuaba, firme, recibiendo mis pasos. La banqueta era la misma. Pude notar las líneas que siempre la adornan, las mismas grietas, idénticos cráteres y hasta la misma mierda de los perros cotidianos con su excelente digestión.
Pero junto a una magnífica cagarruta se encontraba, rompiendo la monotonía, una flor preciosa, blanca y brillante por el rocío de la lluvía nocturna.
Algo muy profundo me hizo sentir una gran admiración por esta tierra y sentí un enorme placer al reconocer que esta tierra es mi país. Un país donde siempre nacen flores, aún junto a la mierda.
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