Sandra sólo encontró un modo de desprenderse de aquel olor: impregnándose de otro.
Aquella cuadra, donde la encontraron dos días después del incendio, se había convertido en su refugio. Aquel olor la había atado a la vida para siempre.
No habían conseguido que volviera a hablar.
Zarco era su vida, por él y para él vivía.
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