El estudiante arrastró los apuntes y dos gruesos libros hasta una mesa apartada del bar de enfrente de la playa del Hornillo. Bajaba cada mañana a última hora a resolver sus dudas de derecho romano al aire libre. O eso le decía a su madre. Hacía calor, y la barra empezaba a llenarse de bañistas ruidosos en busca del aperitivo. No reparó en ellos, pero sí en la mujer que dormitaba recostada en un banco de piedra. No parece de por aquí –pensó. Abrió el libro y empezó a tomar notas en un folio doblado.

Cuando terminó de estudiar los turistas ya no estaban en el bar, el camarero limpiaba las mesas sin ganas y el ruido de las olas presagiaba una larga siesta. Al revisar sus notas vio que sólo había escrito una línea: “Y si me levanto de la silla y le doy un beso. Así, porque sí, sin darle más vueltas, sin pensarlo”.

Al acercar su boca a la de ella percibió su aliento moteado de un perfume lejano. Ella respondió rodeándole el cuello con los brazos y arqueando el cuerpo hasta abrazarlo.

Quizá estaba despierta y le esperaba.

O puede que, como él, simplemente soñara.

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