Las musarañas le observaban pasar cada día.
Dos veces; una de ida, otra de vuelta, la misma inercia surcando las sólidas olas pavimentadas.
A ellas, ensimismadas como solían estar, la ráfaga que Roberto traía consigo las sobresaltaba.
Esa mañana se movilizaron hasta él. Algunas a la corbata, otras tiraban de la chaqueta, todas susurraban en un sigiloso eco las mismas palabras:
- Roberto, escucha...Te vemos caminar con prisa y nos preguntamos ¿es siempre al encuentro contigo al que llegas tarde?
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